-Ya
estamos todos, ¿empezamos? Hoy no viene Susana.
-
Pues no… yo sin Susana no empiezo- bromea alguien, mientras, de
fondo, algún rezagado acaba con las páginas encomendadas.
La
mayoría de asistentes hace ya varios días (años incluso) que
conocemos el final, pese a ello, y siguiendo las instrucciones del
editor, hablamos despacio, midiendo cuidadosamente las palabras e
intentando – sin demasiado éxito- evitar que cualquier alusión a
las últimas páginas del libro o a la película arruine a alguien la
experiencia de adentrarse junto a Bruno en el mundo que se esconde
del otro lado de la alambrada, pero debemos reconocerlo, seríamos el
sueño de cualquier espía.... Tratábamos de unirnos al ya no
tan selecto club de personas que se ha sorprendido y angustiado a
partes iguales por la inocencia infantil con la que explora su nuevo
mundo...
¡A
Dios pongo por testigo de que tratamos de controlarnos! Lo
intentamos, pero resulta demasiado complicado hablar de El
niño del pijama a rayas sin comparar
el libro con la película. Una imagen vale más de mil palabras, eso
dicen... que nos lo pregunten a nosotros... pues, si bien en lo
referente al libro apenas hubo discusión más allá de algún que
otro apunte, la película abrió una pequeña brecha entre cinéfilos
y ratas de biblioteca. Pocas adaptaciones superan a la novela
original, y resulta que, por aplastante mayoría, es precisamente la
sutileza con la que la pluma de Boyne aborda el tema lo que hace esta
historia tan especial.
Finalmente me gustaría citar un pasaje del libro que, en mi humilde opinión, concentra el espíritu de la obra cuando se lo ubica en su contexto, así que: “hasta luego, que tengas un buen día” Boyne, J. (2008), El niño del pijama a rayas, Salamandra, p. 58.
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