miércoles, 18 de abril de 2012

Clase práctica de como destripar un libro: El niño del pijama a rayas

-Ya estamos todos, ¿empezamos? Hoy no viene Susana.

- Pues no… yo sin Susana no empiezo- bromea alguien, mientras, de fondo, algún rezagado acaba con las páginas encomendadas.

 La mayoría de asistentes hace ya varios días (años incluso) que conocemos el final, pese a ello, y siguiendo las instrucciones del editor, hablamos despacio, midiendo cuidadosamente las palabras e intentando – sin demasiado éxito- evitar que cualquier alusión a las últimas páginas del libro o a la película arruine a alguien la experiencia de adentrarse junto a Bruno en el mundo que se esconde del otro lado de la alambrada, pero debemos reconocerlo, seríamos el sueño de cualquier espía....  Tratábamos de unirnos al ya no tan selecto club de personas que se ha sorprendido y angustiado a partes iguales por la inocencia infantil con la que explora su nuevo mundo... 


 
¡A Dios pongo por testigo de que tratamos de controlarnos! Lo intentamos, pero resulta demasiado complicado hablar de El niño del pijama a rayas sin comparar el libro con la película. Una imagen vale más de mil palabras, eso dicen... que nos lo pregunten a nosotros... pues, si bien en lo referente al libro apenas hubo discusión más allá de algún que otro apunte, la película abrió una pequeña brecha entre cinéfilos y ratas de biblioteca. Pocas adaptaciones superan a la novela original, y resulta que, por aplastante mayoría, es precisamente la sutileza con la que la pluma de Boyne aborda el tema lo que hace esta historia tan especial. 



 Finalmente me gustaría citar un pasaje del libro que, en mi humilde opinión, concentra el espíritu de la obra cuando se lo ubica en su contexto, así que: “hasta luego, que tengas un buen día” Boyne, J. (2008), El niño del pijama a rayas, Salamandra, p. 58. 

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